DE LA ÉTICA A LA MORAL: Cómo hacer periodismo profesional desde una filosofía personal

martes, 29 de septiembre de 2009


Por: Laura Marcela Toro Calderón (colaboración)

La cuestión del profesionalismo en un campo con tantas ambigüedades como el periodismo se ha tornado en uno de los temas apetecidos para discurrir. La situación del impacto de los medios, el poder que alcanzan en el sistema social mundial, sus efectos, sus dimensiones de acción, sus procesos, entre otras cosas, han sido tópicos de importante interés para el debate.

Ahora bien, una de las conclusiones en que culminan dichos espacios de opinión es la de si la labor del periodista constituye un oficio o una profesión, o de manera más profunda, si es cierto su profesionalismo.

No hace falta ir más allá de lo necesario para percatarse que aquello que entraña una discusión, sobredimensionada en ocasiones, es el tema de la ética y la moral en el ejercicio de la comunicación periodística; algo realmente muy sencillo de comprender aunque no de efectuar.

La moral, como lo es sabido, comprende el conjunto de comportamientos o actitudes derivadas de las costumbres o experiencias particulares del individuo que lo conducen a optar por una decisión u otra respecto a determinada situación, la cual no trasciende más que al resultado exacto que generan sus actos individuales. De esta manera, que la persona haga o deje de hacer lo que los demás esperan de ella no incide más que en la percepción subjetiva de los otros acerca de su personalidad; para algunos estará bien –será moral-, para otros, no –será inmoral-, mas ello no afecta los estados de convivencia, de organización, de equilibrio social, etc., existentes.

No así sucede con la ética que constituye, como lo menciona el docente Pablo Álamo Hernández en una de sus publicaciones, el resultado de un previo consenso normativo que es superior a la conducta individual pues de hecho existe para regular ésta; permite conservar la armonía de un sistema, facilitar su gobernabilidad y evitar actos ‘delictivos’, ‘anormales’, ‘inadecuados’ o como se les quiera denominar; es común a todos, no considera puntos intermedios, circunstancias, eventos, situaciones o singularidades, se dice que el sujeto es o no ético (acorde a si ha actuado conforme a la ley o, por el contrario, la ha infringido). La mayoría de las leyes que comprenden la ética son reconocidas y asumidas culturalmente, sin un explícito tratado o acuerdo, razón por la cual poseen valor sólo dentro de su contexto funcional.

“Cuando hablamos de Ética nos referimos a dos cuestiones bien distintas, dos campos diferenciados en cuanto a la lógica que los organiza. Por un lado, tenemos la dimensión normativa, y por otro la dimensión del sujeto con sus derechos y deberes como persona. Estos dos campos conllevan modos diversos de abordar cuestiones fundamentales. Si se hace énfasis en la norma, la deontología, los códigos y la ley en general constituirían el principal objeto de estudio.”(1).

De esta manera, es clara la divergencia entre los dos conceptos; ética y moral no serán nunca vocablos sinónimos. Sin embargo, sería ilógico sostener que por ser distintos, uno y otro concepto no convergen y se relacionan de alguna manera, aún más, cuando tienen en común el ser humano, visto como individuo o como miembro de un sistema social.

En un esfuerzo por llevar el término a su lugar en el periodismo, la ética no es otra cosa que el constructo discutido y concertado por sus miembros a partir de una evolución histórica consciente de sus efectos y una necesidad de orden de su labor en una sociedad que por múltiples razones pareciera no comprender sus límites.
Sin embargo, hablar de ética en una profesión todavía en trance de instituirse con solidez, con el respaldo social y la protección real del Estado que ello implica, es aún un punto en el horizonte cuyo logro advierte un largo recorrido, más guiado por la voluntad del periodista que por la conciliación. Ni siquiera las leyes gubernamentales garantizan el cumplimiento de las premisas éticas esenciales y, por el contrario, es el Estado quien se muestra como el más interesado en impedir un mejor desempeño del periodista.

Parafraseando aquello que mencionó en algún momento Gabriel García Márquez, pareciera que los instrumentos del periodismo avanzan a mejor ritmo que su propio conocimiento acerca de la profesión y la forma menos lasciva de ejercer la libre expresión.

De otra parte, quien se encarga de garantizar el aprendizaje de los instrumentos y demás herramientas propias del periodismo es precisamente la academia, pero ésta es sólo una instancia que atraviesa la vida del sujeto de manera significativa, como otras tantas, aunque sin determinar con certeza las acciones que éste adelantará a futuro en su vida laboral; este hecho permite inferir que el alcance de un profesionalismo en el estudiante de periodismo es más una utopía nutrida de conceptos y alimentada de fundamentos diversos que le otorgan cierta relevancia, valor agregado y tinte de autoridad a su proceso formativo, pero al tiempo, basta observar con algo de crítica y detalle el panorama real que rodea el ejercicio a diario, para percatarse que tal conocimiento está a fin de cuentas determinado por la percepción particular del sujeto: sus convicciones, personalidad, principios, política y filosofía de vida.

Entonces, ¿Cómo hacer del periodismo una profesión? SEGUIR LEYENDO

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